Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 117
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- Capítulo 117 - 117 La sangre que salva
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117: La sangre que salva 117: La sangre que salva **Jacob** Lo noté antes de que lo dijera.
Emma estaba inquieta de una forma distinta.
No era solo el dolor ni el agotamiento que ya se habían vuelto parte de nuestra rutina; era otra cosa.
Algo que cargaba en silencio, algo que evitaba nombrar.
Sus ojos se desviaban cuando me miraba demasiado tiempo, y su cuerpo —siempre honesto conmigo— se tensaba como si estuviera conteniendo una verdad incómoda.
—Emma —le dije finalmente, sin rodeos—.
Tienes que decirme qué te pasa.
Ella negó con la cabeza al principio, como si admitirlo en voz alta pudiera hacerlo real.
—Amor… —insistí, acercándome—.
No podemos ayudarte si no sabemos todo.
No ahora.
No así.
Sus ojos se llenaron de lágrimas antes de que su voz encontrara el camino.
—Tengo miedo, Jacob.
Eso me atravesó el pecho.
—¿De qué?
Respiró hondo.
Temblaba.
—De mí —susurró—.
De lo que estoy pensando… de lo que estoy sintiendo.
Entonces lo dijo.
Entre sollozos, con vergüenza, como si confesara un pecado imperdonable.
Me habló de la sed.
No de la sangre de bolsas.
No de lo que siempre había conocido.
Me habló del pulso, del calor, de la vida corriendo bajo la piel.
Me habló de imágenes que no la dejaban en paz.
No sentí asco.
No sentí miedo.
Sentí claridad.
La tomé del rostro con cuidado, obligándola a mirarme.
—Emma —dije firme—.
Eso no te hace un monstruo.
Te hace una madre intentando sobrevivir.
Antes de que pudiera protestar, llevé mi muñeca hacia ella.
—Tómala.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Jacob, no… —Confío en ti —la interrumpí—.
Más que en nadie.
Y si esto te mantiene viva, entonces no hay nada que discutir.
Dudó.
Sus labios temblaban.
Pero su cuerpo sabía lo que necesitaba.
Cuando sus dientes rompieron mi piel, sentí el tirón, el calor, la conexión.
No fue dolor.
Fue… extraño.
Intenso.
Como si algo se alineara por primera vez.
Y lo supe de inmediato.
Emma no vomitó.
No se retorció.
No se debilitó.
Su respiración se estabilizó.
El color volvió a su piel.
Su cuerpo, por primera vez en semanas, aceptó lo que recibía.
Lloró contra mí mientras bebía, y yo la sostuve, dispuesto a hacerlo todas las veces que fueran necesarias.
—Mientras me tengas —le susurré—.
No te va a faltar nada.
Esa noche, cuando por fin se durmió, me acomodé a su lado, apoyando la cabeza cerca de su vientre.
La piel estaba tibia, viva.
Había movimiento.
Presencia.
—Ey… —murmuré en voz baja—.
Escúchame.
No sabía si podían oírme.
Pero no importaba.
—Ayuda a mamá.
Por favor.
Yo te amo.
Te estoy esperando.
Solo… cuídala El.vientre de movió, como una confirmación de que me había escuchado.
Me quedé ahí largo rato, respirando con ella, creyendo por primera vez que tal vez —solo tal vez— no estábamos perdiendo esta batalla.
A la mañana siguiente hablé con Carlisle.
Le conté todo.
La sed.
La sangre.
Mi sangre.
Fue entonces cuando Edward se quedó inmóvil.
—Jacob… —dijo despacio—.
Hay algo distinto.
Se llevó una mano a la sien, concentrándose.
—No es una sola voz.
El silencio se volvió denso.
—Son dos.
Carlisle alzó la mirada de golpe.
Yo sentí cómo el mundo se detenía un segundo.
—¿Dos…?
—Dos fuentes de pensamiento —confirmó Edward—.
Diferentes.
En tensión.
Como si… como si no fueran iguales.
La verdad cayó con el peso de una revelación.
Mellizos.
No uno.
Dos.
Dos naturalezas.
Dos latidos.
Dos voluntades aprendiendo a coexistir.
Y entonces todo empezó a encajar.
Desde ese momento, algo cambió.
Como si ellos —ellos— hubieran escuchado.
La sed se reguló.
El cuerpo de Emma empezó a estabilizarse.
La sangre funcionaba.
La comida, poco a poco, dejó de ser una guerra.
Habían cooperado.
Mis hijos.
Nuestros hijos.
Cuando la noticia se extendió, la casa se llenó de una emoción nueva.
Cautelosa, sí, pero real.
Esperanza.
Preparativos.
Sonrisas que no veíamos desde hacía semanas.
Yo, en silencio, me quedé mirando a Emma dormir.
No era uno.
Eran dos.
Y nunca en mi vida había sentido algo tan inmenso, tan aterrador y tan hermoso al mismo tiempo.
La familia estaba creciendo.
Y esta vez… esta vez, íbamos a llegar al final.
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