Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 121
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- Capítulo 121 - 121 Elliot y Anthony Black
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121: Elliot y Anthony Black 121: Elliot y Anthony Black **Emma** El dolor llegó como una ola que no pedía permiso.
No era un dolor desconocido, pero sí distinto: profundo, antiguo, como si mi cuerpo recordara algo que nunca antes había vivido.
Las contracciones eran fuertes, rítmicas, implacables.
Aun así, en medio de todo, había una certeza extraña, casi serena: la naturaleza estaba haciendo lo suyo.
Carlisle estaba listo.
Su voz firme, su presencia calmada, eran un ancla en medio del torbellino.
Jacob no soltaba mi mano.
Lo sentía temblar, aunque intentara ocultarlo, y ese temblor me daba fuerzas.
—Respira conmigo —me decía—.
Estoy aquí.
Ya casi, amor.
Y entonces llegó el momento.
El primer pujo fue instintivo, poderoso, como si mi cuerpo supiera exactamente qué hacer.
Sentí cómo todo se concentraba en ese esfuerzo único, absoluto.
Grité, sí, pero no de miedo, sino de entrega.
Y entonces… el llanto.
Un sonido claro, fuerte, lleno de vida.
—Es un niño —anunció Carlisle.
El mundo se detuvo un segundo.
Apenas tuve tiempo de asimilarlo cuando otra contracción llegó, más intensa, más urgente.
No hubo descanso.
Volví a empujar, con lo poco que me quedaba, y el segundo llanto se unió al primero, creando una música imposible de describir.
—Otro niño —dijo Carlisle, con una sonrisa que no intentó disimular—.
Dos niños.
Dos.
Los llantos llenaron la habitación, la casa, mi pecho.
Rosalie los recibió con una delicadeza que jamás le había visto y, uno a uno, me los acercó.
Cuando los sentí sobre mí, todo lo demás dejó de importar.
Ojos verdes y ojos cafés me miraban con una serenidad que no era la de un recién nacido común.
No había miedo en ellos.
Solo reconocimiento.
Jacob estaba en shock.
Literalmente.
No dejaba de mirarlos, pasando la vista de uno a otro, como si temiera que desaparecieran si parpadeaba.
Y aun así, supe que los reconocía.
Sabía quién era quién, sin que nadie se lo dijera.
Anthony lloraba con un sonido distinto, más agudo, más urgente.
Sed.
Elliot, en cambio, lloraba con un hambre profunda, paciente, casi expectante.
Cuando ya estuvieron limpios, envueltos y vestidos, me pasaron uno a mí y otro a Jacob.
Él los sostuvo con una reverencia que me hizo llorar.
—Escuchen bien —les dijo, con una seriedad que habría sido graciosa en cualquier otro momento—.
No pueden morder a mamá.
En especial tú, Anthony.
Anthony lo miró con atención absoluta, esos ojos oscuros clavados en su padre como si comprendiera cada palabra.
Apenas tenía cabello; ya se intuía claro, quizá rubio.
Elliot, en cambio, tenía una cabellera negra y abundante, y esos ojos verdes… los míos.
El momento de amamantarlos llegó con una naturalidad que me sorprendió.
Mi cuerpo, agotado, entendía.
Ellos entendían.
Todo encajó.
Nunca en mi vida había visto —ni sentido— un espectáculo más hermoso.
Nuestros hijos.
Al fin, eran una realidad.
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