Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 123
- Inicio
- Todas las novelas
- Lobo solitario, de vuelta al amor
- Capítulo 123 - 123 La vida en mis brazos
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
123: La vida en mis brazos 123: La vida en mis brazos ** Emma** Nunca me había permitido imaginar esto.
Ni siquiera en mis sueños más audaces había contemplado la posibilidad de crear vida, de sentirla crecer dentro de mí, de traerla al mundo y verla abrir los ojos.
Durante más de un siglo pensé que mi existencia estaba hecha para resistir, para observar, para sobrevivir… no para *dar*.
Y ahora estaban ahí.
Dos cuerpos diminutos recostados sobre mi pecho, tibios, reales, respirando con ese ritmo torpe y perfecto de los recién nacidos.
Anthony y Elliot.
Mis hijos.
Nuestros hijos.
Cuando por fin me acomodaron en la habitación, el mundo pareció reducirse a ese espacio pequeño y silencioso.
Me recosté con cuidado, los acomodé a ambos a mi lado y los contemplé como si temiera que, si parpadeaba demasiado tiempo, desaparecieran.
Eran tan distintos… y tan profundamente míos.
Anthony se movía con inquietud, sus pequeños gestos cargados de una intensidad que ya empezábamos a reconocer.
Elliot, en cambio, dormía con la serenidad de quien se siente a salvo sin necesidad de entender por qué.
Jacob estaba a mi lado, sentado en la orilla de la cama.
No decía nada.
No podía.
Sus ojos iban de uno a otro, llenos de una adoración tan pura que me dolía el pecho mirarlo.
Luego alzó la vista y me miró a mí.
—Gracias —me dijo, con la voz rota—.
Gracias por hacerme el hombre más feliz del mundo.
Tengo mucho más de lo que alguna vez pensé… y más de lo que merezco.
No supe qué responder.
No podía.
Las palabras no alcanzaban.
Lo besé primero, un beso lento, tembloroso, y entonces lloré.
Lloré sin vergüenza, sin contención, porque las emociones eran demasiado grandes para caber dentro de mí.
Vida, amor, miedo, gratitud… todo se mezclaba hasta dejarme sin aliento.
En la casa, la vida ya había cambiado de ritmo.
Alice había dispuesto una habitación para los bebés con una velocidad que solo ella podía manejar.
Esme estaba a su lado, guiando cada detalle con esa dulzura maternal que parecía envolverlo todo.
Y las cajas… cajas y más cajas comenzaron a llegar, llenas de ropa diminuta, mantas, juguetes, promesas de futuro.
Renesmee estaba extasiada.
Ayudaba a abrir cada caja con un entusiasmo contagioso, examinando cada prenda como si se tratara de un tesoro.
A estas alturas ya tenía la apariencia de una niña de seis años, y su alegría era luminosa.
—Son preciosos —repetía—.
Voy a cuidarlos mucho.
Carlisle se movía con su calma habitual, examinando a los bebés con la precisión del médico y la curiosidad del científico.
Pronto comenzaron a delinearse los patrones.
Anthony… Anthony era distinto.
Su necesidad de sangre era evidente.
Había intentado morder a Carlisle y a Rosalie, frustrándose cuando no encontraba lo que su instinto reclamaba.
Había llorado con una intensidad que me estremeció, no por maldad, sino por hambre, por confusión.
Eso sería lo primero que tendríamos que enseñarle: a resistir, a regular ese impulso, a encontrar equilibrio.
Aún no sabíamos si su mordida contenía veneno, y hasta tener certeza, no podría estar cerca de humanos.
Pero había algo que me tranquilizaba profundamente: nunca intentaba morderme a mí… ni a Jacob.
En brazos de su padre, Anthony se calmaba.
Como si el latido fuerte y constante del corazón de Jacob, el correr de su sangre viva, fuera una nana perfecta que lo arrullara desde lo más hondo de su naturaleza.
Elliot, en cambio, tomaba su leche con total normalidad.
Era humano… humano con herencia lupina.
Dormía tranquilo, despertaba solo para alimentarse y volvía a caer en ese sueño profundo que parecía ajeno a todo peligro.
Si su naturaleza de lobo despertaba, sería mucho más adelante, en la adolescencia.
Por ahora, era simplemente un bebé.
Esperaríamos unos días antes de presentarlos al resto del mundo.
Necesitábamos asegurarnos de que Anthony pudiera regular su instinto, de que estuviera estable, seguro.
La casa se había transformado.
Lo que antes era una estancia fría y silenciosa de vampiros ahora era un hogar lleno de risas suaves, pasos cuidadosos, susurros, llantos de bebé y arrullos improvisados.
Nessy, Elliot y Anthony habían cambiado el aire mismo del lugar.
Había vida.
Vida nueva, frágil y poderosa.
Y mientras los observaba dormir, con el corazón desbordado, comprendí algo con absoluta certeza: No solo había sobrevivido a la eternidad.
Había encontrado, por fin, una razón para habitarla.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com