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Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 3

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  4. Capítulo 3 - 3 Encuentro inesperado
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3: Encuentro inesperado 3: Encuentro inesperado Jacob En el límite entre el poblado de Forks y la reserva Quileute, mi manada me espera al borde de la autopista 110.

Aparco la moto y los veo allí, firmes, inmóviles, con esa expresión de velorio que me pesa más que cualquier despedida.

—Quil —digo mientras me acerco—.

Quedas a cargo de la moto.

—Hermano… no tienes que hacer esto.

Lo resolveremos —su voz suena cargada de preocupación, como si aún quedara algo por intentar.

—Ya hablamos de esto —lo corto—.

Nada de lo que digan va a cambiar mi decisión.

Leah bufa con molestia.

No necesita hablar para que se le note lo que piensa: que soy un cobarde, un traidor sentimental, un perro que se enamoró donde no debía.

Y aunque no lo diga en voz alta, su mirada lo grita.

—Ya saben —continúo—: Leah queda a cargo.

Pero cada uno es libre de vivir como prefiera.

La libertad es relativa cuando se pertenece a una manada, cuando los lazos mentales lo atraviesan a uno como raíces.

Ella es mi beta; sin mí, todos quedan bajo su autoridad.

Aun así, lo digo porque necesito dejar algo en orden antes de irme.

—Seth —lo llamo.

Él da un paso hacia mí, con los ojos más tristes que le he visto nunca.

—Debes terminar tus estudios —le digo—.

No dejes eso tirado.

Asiente sin dejar de mirarme.

Para él, soy algo parecido a un hermano mayor.

Se acostumbró a esta manada chiquita y tranquila, sin guerras, sin peleas constantes, solo protegiendo el territorio.

Ahora, con los Cullen fuera, todo debería mantenerse en paz.

Sam y su gente podrán manejar cualquier amenaza sin mí.

Empiezo a quitarme la ropa con movimientos lentos.

Quedo en ropa interior y se la entrego a Embry, quien me pasa una mochila.

—¿Y esto?

—pregunto.

—Ropa limpia —dice con resignación.

—No la necesitaré.

Desde hoy seré solo un lobo.

—No sabes qué te vas a encontrar —responde—.

Capaz necesitas cambiar a humano.

¡No sé!

Tiene razón, pero aún así, la mochila me pesa como una mentira.

Aun así, la acepto.

No quiero discutir.

La despedida se da sola, sin abrazos, sin lágrimas.

Solo silencio y respiraciones tensas.

Cada uno soporta la tristeza a su manera.

—Cuídense —les digo en voz baja—.

Apóyense siempre.

—Adiós, Jake —responden casi al mismo tiempo, como si la manada hablara con una sola voz.

—Oye, Jake… —Seth traga saliva—.

Si hubiera una situación urgente o necesitáramos contactarte, ¿cómo lo haríamos?

—No podrán —le digo, mirándolo directo a los ojos—.

Tendrán que arreglárselas solos.

Agacha la cabeza.

Ya está.

No queda más por decir.

Me interno en el bosque.

Ato la mochila a mi pierna y dejo que la transformación me atraviese como un rayo.

La ropa interior se rompe en pedazos.

En un salto caigo sobre cuatro patas y empiezo a correr.

Correr es lo único que hace sentido.

El bosque pasa a mi alrededor como un borrón.

Corro sin pensar, sin mirar atrás, solo huyendo del pedazo de humanidad que me sigue ardiendo por dentro.

Me detengo apenas para cazar, beber o dormir.

El resto del tiempo dejo que el instinto me lleve.

Cruzo el Monte National Olympic, dejando atrás todo lo que alguna vez fui.

Sigo hacia el norte, hacia Canadá.

Hacia el Monte Logan.

El lugar más inhóspito, frío y vacío que pude imaginar.

Justo lo que necesito para desaparecer.

El viaje dura mes y medio.

En ese tiempo el silencio se vuelve mi único compañero.

El pelaje me protege del frío extremo; el viento corta, pero no duele.

Cazo lo necesario: un ciervo a la semana.

Encontré un río cristalino donde beber, y una cascada que ruge como si quisiera tragarse al mundo entero.

Aunque es pleno verano, el aire muerde a -17 °C.

En invierno bajará a -45 °C.

No me importa.

El frío es perfecto.

El frío apaga cosas.

Subo hasta una colina con una roca enorme que sobresale como la punta de una lanza.

Me apoyo allí, con las patas delanteras firmes en lo más alto.

Desde ese punto, la inmensidad del bosque parece tragarse el horizonte.

El monte se levanta imponente, fracturando el cielo con su peso blanco.

Lo logré.

Estoy lejos.

Tan lejos que duele menos… o debería doler menos.

El viento sopla fuerte, como queriendo arrancarme los recuerdos.

Pero la soledad es ruidosa.

Y el corazón, incluso el de un lobo, no deja de latir.

Mis pensamientos se apagan cuando mis sentidos se encienden de golpe.

Una presencia.

No humana.

No vampiro.

Algo distinto.

Salvaje, eléctrico.

Y demasiado cerca.

¿Cómo no la detecté antes?

Mis orejas se alzan.

Un gruñido suave se me escapa.

Bajo la mirada hacia un punto entre la vegetación.

Algo sobresale… ¿una estructura?

¿Una cabaña?

¿Aquí?

Entonces la veo.

Encima del tejado, sentada como si no le importara el frío ni el viento, hay una mujer.

Inmóvil.

Extraña.

Observándome con una calma que no entiendo.

Y por un segundo —solo un segundo— mi corazón humano late más rápido.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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