Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 6
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- Capítulo 6 - 6 El Malentendido
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6: El Malentendido.
6: El Malentendido.
Corrí sin mirar atrás, abriéndome paso entre los árboles como si necesitara huir de mí mismo.
El bosque se difuminaba a los lados, pero mi mente seguía atrapada en aquella visión imposible: ella, emergiendo del río, casi desnuda, con el agua deslizándose por su piel como si la luz la buscara solo a ella.
¿Y qué soy yo ahora para sus ojos?
Un idiota.
Un voyerista.
Un tipo escondido entre los arbustos mientras una desconocida se bañaba.
Intenté convencerme de que no tuve la culpa, de que tropecé con ella por simple casualidad.
Pero cada vez que recordaba la forma en que su cintura se estrechaba, la línea suave de sus caderas, el contraste del sol sobre su piel… mi corazón latía como si quisiera escapar de mi pecho.
Me obligué a detenerme, jadeando.
¿Desde cuándo algo así me afectaba?
Yo, Jacob Black, el tipo que había amado a Bella Swan hasta quedarse vacío.
El mismo que llevaba meses huyendo de su propia sombra.
Pero esa mujer del río —esa semi vampira de ojos verdes— había logrado lo impensable: desordenarme.
Romper la niebla en la que había vivido desde que Bella eligió otro camino, otra vida, otro destino.
Siseé un suspiro largo y frustrado.
No era ella, no podía ser ella.
Era la situación, el impacto, la vergüenza.
Eso era todo.
Tenía que serlo.
Busqué mi mochila en la cueva donde guardaba ropa, agradeciendo en silencio la insistencia de Embry.
Necesitaba tiempo.
Necesitaba pensar.
Necesitaba… no verla por unas horas, o la cordura terminaría de abandonarme.
Pasé el resto del día intentando borrar de mi mente la imagen de su mirada sorprendida, su respiración entrecortada, el modo en que sus labios se separaron apenas un poco cuando me vio.
Pero lo único que conseguí fue quedarme dormido pensando en unos ojos verdes que me acusaban sin decir palabra.
*** A la mañana siguiente, el río me recibió con un silencio frío.
Me aseguré dos veces de que ella no estuviera cerca antes de dejar que mi cuerpo volviera a la forma humana.
Hacía más de dos meses que no veía mi propio reflejo, que no era solo piel y huesos sino también un muchacho de diecisiete años con demasiados recuerdos en la mirada.
El agua helada me envolvió y, por un instante, todo se sintió simple.
Real.
Limpio.
El cabello me caía sobre el rostro cuando salí a la superficie.
Sentí los músculos tensarse, el aire frío chocar contra mi piel mojada.
Cerré los ojos, saboreando esa pequeña tregua que me daba el mundo.
Entonces la sentí.
La presencia al borde del río.
Ligera, silenciosa… pero imposible de ignorar.
Me giré despacio, y ahí estaba ella.
Su cabello oscuro aún tenía rastros de humedad.
Su postura rígida dejaba claro que no esperaba encontrarme.
Pero lo que realmente me desarmó fueron sus ojos: un verde profundo, brillante, recorriéndome de arriba abajo con una mezcla de sorpresa, evaluación… y algo más.
Algo que me erizó la piel.
Instintivamente, bajé las manos para cubrirme.
Ella no apartó la mirada.
Por un segundo, ninguno habló.
Solo nos observamos, atrapados en esa tensión inevitable.
—¿Me estás devolviendo el favor?
—pregunté con voz baja, ronca por el frío y los nervios.
Sus labios apenas se curvaron, como si luchara contra una sonrisa que no quería concederme.
Y entonces lo supe.
El conflicto no era solo el malentendido.
Era algo más peligroso, más inquietante.
Había química.
Había curiosidad.
Y había una conexión que no debería existir.
Pero existía.
Y en ese instante exacto, entendí que ya no había marcha atrás.
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