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Lobo solitario, de vuelta al amor - Capítulo 9

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9: Distancia necesaria.

9: Distancia necesaria.

” Emma” Había transcurrido una semana desde aquella breve y tensa charla con el lobo.

No podía evitar admitirlo —aunque me irritara hacerlo—: era atractivo.

Demasiado.

Verlo de frente, tan cerca, me había alterado más de lo que estaba dispuesta a reconocer.

Su mirada profunda, la voz grave y clara al mismo tiempo, los gestos firmes de su rostro varonil… incluso el detalle de sus dientes blancos, con colmillos apenas más prominentes que los demás.

Me froto las sienes con impaciencia.

No me gustó sentirme así.

Había algo en él que descolocaba mis certezas, que me sacaba del terreno seguro que llevaba años construyendo en soledad.

Me sorprendió incluso lo apropiado de su apariencia para el lugar: camiseta, vaqueros, botas de montaña.

Todo en él parecía fuera de lugar… y, sin embargo, encajaba demasiado bien.

Hice un esfuerzo consciente por no volver a recorrerlo con la mirada como lo había hecho en el río.

Aun así, la vergüenza seguía ahí, punzante.

Ese tipo de reacciones no eran propias de mí.

No lo habían sido nunca.

Y, sin embargo, el motivo real de mi enojo no era la atracción.

Era su insolencia.

Se había acercado a disculparse, sí, pero la tensión entre nosotros había sido palpable, la desconfianza ante un ser desconocido, un potencial peligro que a la vez me es atrayente…

No pude con eso y lo único que pude hacer fue decirle que lo mejor es mantener la distancia y sugerirle que se marchara lo más pronto.

Desde entonces no lo he vuelto a ver.

Pero lo escucho.

Percibo su presencia moviéndose por los alrededores, manteniendo la distancia.

Yo, por mi parte, he optado por no salir de la cabaña.

No quiero encuentros fortuitos.

No quiero tentaciones innecesarias.

Mucho menos distracciones.

No es sensato permitir que un desconocido altere el equilibrio que tanto me costó construir.

Sin embargo, el aislamiento empieza a pasar factura.

Las provisiones se agotan.

Y peor aún: la sed comienza a hacerse presente.

No dejo que eso ocurra con frecuencia.

Aprendí desde muy joven a anticiparme.

Suelo abastecerme antes de que el cuerpo reclame lo que necesita.

Viajo al asentamiento humano más cercano, compro lo indispensable… y me ocupo del resto por otros medios.

Tengo un contacto en un hospital, en una ciudad más lejana.

Cada cierto tiempo consigo bolsas de sangre humana tratada.

Es suficiente.

Nunca he cazado humanos.

Jamás.

Mis abuelos se aseguraron de que aprendiera a controlarme desde niña.

Encontraron la forma menos dañina, menos cruel.

Y yo me aferré a esa enseñanza como a un ancla.

Pero esta vez me demoré demasiado.

El verano está llegando a su fin y pronto el otoño traerá lluvias y temperaturas más bajas.

No puedo permitirme quedar aislada sin recursos.

Así que decido salir.

No me gusta cómo me siento cerca del lobo.

Hay algo en su presencia que me inquieta, que despierta sensaciones que creía superadas.

He pasado demasiado tiempo cultivando mi independencia como para permitir que alguien —quien sea— ponga eso en riesgo.

Me convenzo de que es solo la novedad.

De que, si mantengo la distancia, el efecto se disipará.

Eventualmente se cansará y se marchará.

Alisto lo necesario y abandono la cabaña con cautela.

Bajo hasta el cobertizo donde aguarda el jeep que me dejó mi abuelo y emprendo el descenso montaña abajo.

Mi cuerpo se mueve con precisión, diseñado para este terreno.

No hay torpeza ni fatiga.

Cada músculo responde como debe, como un depredador que conoce el entorno y sabe dominarlo.

Ya en el vehículo, sigo el sendero sinuoso que tracé años atrás, camuflado entre la vegetación.

Entonces lo siento.

En la orilla del camino, unos ojos conocidos me observan.

Es el lobo.

No me detengo.

Apenas lo miro de soslayo antes de continuar.

Aun así, algo se tensa en mi interior, una punzada breve e incómoda que ignoro de inmediato.

Acelero al alcanzar la carretera.

A lo lejos, un aullido rompe el aire.

No intento interpretarlo.

— Burwaths Landing me recibe con su habitual normalidad humana.

Me preparo para interactuar lo menos posible: lentes que se adaptan a la luz, capucha arriba, distancia emocional bien colocada.

En el supermercado lleno el carro con provisiones para un par de meses.

Paso por el pasillo de comida para mascotas y no puedo evitar sonreír al ver una bolsa para perros de razas grandes.

La imagen mental de servirla en un cuenco me resulta absurdamente divertida.

Pago con tarjeta.

El dependiente se distrae apenas cruzo su mirada.

Internamente, ruedo los ojos.

Con todo en el jeep, busco el número de mi proveedor de sangre.

No está de turno.

Además, el viaje hasta Anchorage me tomará unas doce horas de ida y otras tantas de vuelta.

Estaré fuera más de un día.

No sé por qué eso me inquieta.

Tal vez sea porque detesto interactuar con humanos.

O tal vez porque, sin querer, me pregunto qué pensará el lobo al notar mi ausencia.

Sacudo la cabeza.

Eso no importa.

Enciendo la radio para acallar los pensamientos, pero la ironía me alcanza de todos modos cuando la emisora reproduce *Hungry Like the Wolf*.

Aprieto el volante y sigo conduciendo.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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