Leer Novelas
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
Avanzado
Iniciar sesión Registrarse
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
  • Configuración de usuario
Iniciar sesión Registrarse
Anterior
Siguiente

Nosotros en las estrellas - Capítulo 62

  1. Inicio
  2. Todas las novelas
  3. Nosotros en las estrellas
  4. Capítulo 62 - 62 61- Il bambino che contava le stelle
Anterior
Siguiente
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo

62: 61- Il bambino che contava le stelle 62: 61- Il bambino che contava le stelle Canción sugerida: Il bambino che contava le stelle – Ultimo Despertar con el peso de Mía sobre mi brazo fue, quizás, el único momento de paz real que había tenido en semanas.

La tormenta había pasado, dejando tras de sí un cielo de un azul insultantemente limpio; la luz se filtraba a través de las persianas, dibujando rayas doradas sobre su carita dormida.

Me quedé quieta, apenas respirando, memorizando el peso de su cabeza en mi hombro, el olor a su champú y esa inocencia con la que dormía.

Quería que ese momento durara para siempre, que todo se pudiera resolver así de fácil; sin embargo, sabía que era una paz prestada.

Sabía que en cuanto saliera de esa cama, la realidad de Percevalis caería encima de nuevo.

—Annie…

—murmuró, abriendo un ojo.

—Buenos días, intrusa —susurré, apartándole un mechón de pelo de la frente.

—¿Ya debemos despertarnos?

—Sí, preciosa, tengo que trabajar.

Y tú tienes escuela.

—Le di un beso en la nariz—.

Vamos, arriba.

Ella fue a su habitación para alistarse para un nuevo día, e igual yo; había quedado atrapada en una rutina que no sentía mía: despertar cada mañana, arreglarse, un desayuno familiar que cada vez tenía más caos y luego ir a trabajar.

Aunque no entendía el porqué, aún no me sentía conforme con esta nueva vida a la que había sido obligada a tener.

Después del desayuno, Mía tomó mi mano y me llevó a su habitación; me encantaba ese lugar porque aún guardaba la inocencia que Mía proyectaba al mundo.

Vi cómo se dirigió hacia su mesita de noche y abrió el cajón en donde se suponía que guardaba cosas importantes, sacó algo de aquel cajón y luego caminó hacia mí.

—Toma —dijo, extendiéndome la mano.

En su palma había una piedra.

No era una piedra preciosa, era una roca común de río, suave y gris, pero ella la había pintado con un marcador plateado, dibujando una especie de estrella torcida.

—¿Para qué es esto?

—Es una piedra de valientes —dijo muy seria, con esa solemnidad que solo tienen los niños de cuatro años—.

Me la dio Lion cuando tenía miedo de los exámenes.

Ahora te la presto.

Para que no tengas miedo en el trabajo de grandes.

Sentí un nudo en la garganta.

Apreté la piedra en mi mano; estaba fría, pero la intención quemaba.

—Gracias, Mía.

La cuidaré mucho.

—La abracé fuerte, sintiendo que esa piedra pesaba más que cualquier joya que pudiese comprar.

La guardé en ese pequeño cajoncito en que tenía mi brújula, aquel collar que no me quitaba nunca, quizá como recuerdo, pero también porque me ayudaba a mantenerme en calma.

El camino al centro de la ciudad se sintió corto.

Entré al estacionamiento subterráneo con el rover, sintiendo cómo el aire acondicionado artificial cambiaba la temperatura del ambiente.

Aparqué en el lugar que se me había asignado y me dirigí a los ascensores privados.

El silencio del lugar me agobiaba.

Aquí todo era perfecto, limpio, eficiente.

Demasiado eficiente.

Me hacía extrañar el caos ruidoso de los laboratorios de la nave, donde el trabajo se sentía vivo.

Cuando el ascensor llegó y las puertas se abrieron, tomé un poco de aire, esperando verme profesional al subir; no estaba sola, su voz, ¿cómo olvidar esa noche?

Era él.

—Buenos días, Consejera Woods —dijo una voz tranquila.

Dorian Arryn.

Lo recordaba de la fiesta.

El hijo del Consejero de Hidrología.

El chico alto y elegante con el que me había recibido Arthur; su ropa lo hacía tener ese porte aristocrático que todos aquí parecían traer de fábrica, pero con una mirada que no encajaba.

Sus ojos no tenían el brillo calculador de su padre; tenían una curiosidad inteligente.

—Dorian —asentí, entrando al ascensor.

Me pegué a la pared de metal, manteniendo la distancia protocolaria—.

¿Tu padre te ha enviado a vigilarme o vienes a felicitarme por arruinarle la cena de ayer?

Dorian soltó una risa corta, genuina.

—Mi padre está demasiado ocupado revisando cláusulas legales para enviarme a nada.

Esa jugada con el tratado T.E.D.N.A…

brillante, por cierto.

Hacía años que no veía a alguien usar las propias reglas de Génesis para atarles las manos.

Lo miré de reojo, buscando la ironía, pero no la encontré.

—¿Y eso te divierte?

—pregunté, intentando descubrir dónde estaba escondida la trampa.

—Me da esperanza —dijo, girándose para mirarme de frente.

El ascensor empezó a subir suavemente—.

Percevalis se suponía que iba a ser diferente, Annie.

Se suponía que no repetiríamos los errores de la Tierra.

Pero mi padre, el tuyo…

y casi todo el consejo a veces olvidan que la eficiencia no debería estar por encima de la gente.

El ascensor tuvo un leve temblor y se detuvo.

No fue un fallo, fue una parada técnica suave entre pisos.

Las luces no cambiaron, pero el silencio se hizo más denso.

—¿Qué pasa?

—No te preocupes, solo gané unos minutos.

Necesito hablar contigo de algo importante, sin fisgones malintencionados —dijo Dorian con calma, sacando una tableta de su maletín—.

Tranquila.

No soy mi padre.

De hecho, llevo meses usando mi acceso para corregir los “errores de redondeo” que él ignora.

Esos suministros extra que llegan a las zonas de expansión agrícola o las minas en el norte…

no son errores del sistema.

Soy yo reasignando excedentes que iban a pudrirse en los almacenes.

Me quedé mirándolo, reevaluándolo.

Había perdido la esperanza en todos aquellos que habitaban Villa Cristal; había pasado por alto que muy probablemente existían personas como él que querían un cambio.

Dorian no era un rebelde rompiendo el sistema; era un funcionario haciendo que el sistema funcionara como debía, a pesar de sus líderes.

—¿Por qué me cuentas esto?

—Porque tú tienes la voz pública ahora.

Yo solo muevo cajas en silencio.

Y porque necesito que veas esto.

—Me tendió la tableta—.

Llegó a mi departamento esta mañana.

Tomé el dispositivo.

Era un documento técnico, denso, lleno de jerga de ingeniería.

Parecía una actualización rutinaria de protocolos de seguridad para la red eléctrica perimetral.

—No veo nada raro —dije, frunciendo el ceño—.

Es una actualización de software para las torres de energía.

—Mira la página doce.

El anexo de “optimización de carga”.

Deslicé el dedo hasta la página indicada.

Leí las líneas de código y los parámetros nuevos.

Al principio no lo entendí, pero luego vi la orden.

—Están cambiando los umbrales de seguridad de la Torre Eólica 4 —murmuré, entendiendo de golpe—.

Están bajando el límite de tolerancia al calor en un 40%.

—Exacto —dijo Dorian, su voz tensa—.

Oficialmente, es una medida para “proteger el equipo”.

Pero en la práctica, con los vientos de la temporada que entra, esa torre va a detectar un falso sobrecalentamiento cada dos horas y se apagará automáticamente por seguridad.

—Y la Torre 4 alimenta las bombas de agua que van hacia Aurora Bay —completé, sintiendo un frío visceral en el estómago.

No era un sabotaje explosivo.

No iban a volar nada.

Era mucho más sutil y perverso.

Iban a hacer que la torre se apagara sola, “por seguridad”, cortando el flujo de agua hacia el Oeste de forma intermitente pero constante.

Suficiente para desesperarlos, pero no suficiente para acusar a Villa Cristal de un ataque.

Era un asedio burocrático.

—Lo ha disfrazado de mantenimiento preventivo —dijo Dorian con asco—.

Mi padre lo firmó sin leerlo y quizá Alexandra también; lo hicieron pensando que era una mejora.

Pero Vance sabe lo que hace.

Quiere que Aurora Bay se rinda por sed o que Zeke cometa un error intentando puentear la torre.

—Zeke no cometerá errores —dije rápido, defendiéndolo instintivamente—.

Pero no puede pelear contra un código que está diseñado para fallar legalmente.

El silencio llenó el ascensor.

Dorian me miraba, esperando una respuesta o una solución pronta.

Mientras tanto, yo miraba la tableta, pero mi mente ya no estaba en ese cubículo de metal.

Mi mente había volado cientos de kilómetros al oeste.

Y entonces, lo sentí.

Fue un tirón físico, doloroso, justo en el centro del pecho.

No era solo rabia política.

Era una necesidad imperiosa de estar allí.

De estar a su lado, no leyendo informes sobre sus problemas, sino ayudándole a resolverlos.

Durante semanas me había convencido de que mi lucha estaba aquí, en los despachos, usando trajes bonitos y palabras afiladas.

Pero al ver cómo Vance manipulaba la realidad desde un teclado, entendí que mi tiempo en Villa Cristal se estaba agotando.

Mi alma ya no cabía en este edificio.

—Annie…

acudí a ti porque sé lo importante que es Aurora Bay para ti, pero también porque quieren hacerlo con Ares Canyon; no lo conoces, pero allá también hay gente que nos necesita.

Apreté el colgante que tenía puesto, mi brújula, la que guardaba la Piedra de valientes, en busca de una respuesta, como si la solución pudiera surgir de allí.

—¿Puedes bloquear la actualización?

—pregunté, levantando la vista.

—Puedo retrasarla —dijo Dorian—.

Puedo meter una solicitud de revisión de impacto ambiental.

Eso nos dará 24, quizás 48 horas antes de que Vance se dé cuenta y fuerce la instalación manual.

—Hazlo.

Dámelas.

—Le devolví la tableta con firmeza—.

Retrásalo todo lo que puedas.

Yo me encargaré del resto.

Dorian asintió y volvió a activar el ascensor.

—Ten cuidado, Annie.

Vance no es como nosotros.

Él cree que el fin justifica los medios, y su fin es complacer a tu padre.

—Lo sé.

—Las puertas se abrieron en mi planta—.

Gracias, Dorian.

Salí al pasillo, caminando con paso firme hacia mi oficina, pero por dentro, algo había cambiado irrevocablemente.

Tenía que empezar a planear cómo volvería, no sin antes blindar los derechos de supervivencia de Aurora Bay.

Al llegar a mi escritorio, tomé la tablet, en la que había guardado un resumen de cada ley que había leído; tenía que haber algo que pudiera hacer para poder parar esa actualización permanentemente, y lo tendría que hacer de nuevo frente a todos.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

Anterior
Siguiente
  • Inicio
  • Acerca de
  • Contacto
  • Política de privacidad

© 2025 LeerNovelas. Todos los derechos reservados

Iniciar sesión

¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

Registrarse

Regístrate en este sitio.

Iniciar sesión | ¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

¿Perdiste tu contraseña?

Por favor, introduce tu nombre de usuario o dirección de correo electrónico. Recibirás un enlace para crear una nueva contraseña por correo electrónico.

← Volver aLeer Novelas

Reportar capítulo