Nosotros en las estrellas - Capítulo 65
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65: 64- Youth 65: 64- Youth Canción sugerida: Youth – daughter Aurelia Madox, nunca había escuchado de ella; en realidad, no me había interesado mucho conocer a las personas de allí; mi guerra estaba en otro lugar, en defender a los míos, pero quizá si el poder cambiara, podría ser más fácil esta pelea.
—Viene, con ideas más limpias; ella ha trabajado codo a codo con colonias externas.
Nada de apellidos de siempre.
Nada de “herederos naturales”.
Solo es una chica que tiene claro por qué estamos aquí.
—¿Es amiga tuya?
—quise saber.
—Aliada —corrigió—.
La palabra “amigo” en este edificio se cobra muy caro.
Quizá el camino se empezaba a esclarecer; no estaba luchando por ganar poder.
Estaba luchando para poder irme sin que todo colapsara detrás de mí y, si la opción más clara era Aurelia, correría el riesgo.
Dorian me sostuvo la mirada un segundo más, como si calibrara si hablaba con la Annie política o con la que miraba en secreto hacia Aurora Bay cada vez que el cielo se teñía de azul eléctrico.
Al final, asintió.
—Necesito conocerla, debo saber cuáles son sus ideas, propuestas, qué quiere y qué quiere lograr; ella es mi boleta de ida; si ella es lo que dices, podré irme.
—Cuando llegue el momento la conocerás —repitió—.
Por el momento, necesito que sigas sentándote en esa mesa.
Porque hoy, aunque sea por un margen, nos diste algo que no teníamos.
—¿Qué?
—pregunté, genuinamente desconcertada.
—Tiempo.
La palabra se quedó suspendida entre nosotros.
Tiempo.
Tiempo para reforzar la red.
Tiempo para buscar aliados.
Tiempo para hablar con Lion, con Lía, con Mía.
Tiempo para preparar a Percevalis para el día en que yo no estuviera aquí.
Mi propia cuenta regresiva.
—No sé si es suficiente —admití.
—Ningún corredor entra a la pista sabiendo si el número de vueltas es suficiente para ganar —dijo Dorian—.
Solo sabe que, si no arranca, pierde.
Su manera de verlo era brutalmente simple.
Y, por eso mismo, efectiva.
Guardé la tableta.
—Tengo que irme —dije—.
Lía me mata si llego tarde a la cena otra vez.
—No quisiera competir con tu hermana por tu agenda —respondió, con esa media sonrisa cansada.
Caminamos juntos hasta el acceso de transporte.
En el trayecto, algo en mi cuerpo empezó a ceder.
Las manos me temblaban con ese temblor fino que llega cuando la adrenalina ya se ha ido, pero el peligro todavía ronda como un animal en la periferia.
Antes de separarnos, Dorian se detuvo.
—Woods.
—¿Sí?
—Hoy… manejaste bien la curva.
No supe si hablaba del Consejo o del futuro, pero asentí.
—Tú también —respondí.
Conduje el rover hasta casa; empezaba a ser uno con el auto, empezaba a manejar mejor.
Al entrar a la casa, Lía estaba tirada en el piso de la sala, rodeada de hojas, tabletas gráficas y un desastre cuidadosamente organizado de lápices y muestras de color.
El proyector del techo mostraba, en tamaño casi real, la maqueta en la que estaba trabajando: un conjunto de estructuras curvas que se inclinaban hacia el agua, como si el viento las hubiera moldeado con paciencia.
Por un segundo, me quedé en el marco de la puerta, mirándola en silencio.
Así se veía el futuro; sabía que Lia sería parte de él.
—Llegas tarde —dijo sin levantar la vista, como si me hubiera detectado por el crujido mínimo del piso.
—El Consejo decidió que hoy era un buen día para intentar ahogar a medio planeta —respondí, dejando la chaqueta en el respaldo de una silla—.
Había que recordarles que el agua también se les puede tragar a ellos.
Lía sonrió apenas.
Sus dedos seguían moviéndose, ajustando líneas en el holograma.
—¿Ganaste?
Pensé en la mirada de Vance.
En las manos de Dorian, quietas sobre la baranda.
En el expediente parpadeando con la palabra aplazada.
—Por ahora —dije—.
Les quité la manguera.
Pero van a buscar otra.
Ella suspiró, como si eso fuera exactamente lo que esperaba oír.
—Papá y mamá llegaron hace una hora y realmente nunca los había visto tan calmados —dijo levantándose y organizando todo en una sola pila de papeles.
—¿Ya cenaron?
—pregunté dejando mi bolso y mi abrigo en el sillón frente a ella.
—Te estábamos esperando.
Lion está cansado; creo que papá lo sigue presionando con irse al internado y, bueno, ya sabes, el ambiente está un poco tenso últimamente con el tema de las elecciones.
—Dijo sentándose a mi lado.
No sabía que el tener una cuenta regresiva que estaba esperando tanto doliera de esa forma; estar ahí, con ella, era como si al llegar a casa pudiera simplemente ser yo, y el pensar que mi vida en unas semanas cambiaría dolía, porque desde la distancia no los podría cuidar de la misma forma que lo hacía estando en casa.
En un rincón vi una maqueta; parecía Villa Cristal, pero estaba mejorada.
Me acerqué.
Las estructuras nacían de la tierra, se curvaban hacia el mar y dejaban espacios vacíos en medio, como plazas, terrazas y centros de diversión.
—Aurora Bay dos punto cero —dijo acercándose a su obra de arte—.
Un lugar donde la gente de aquí pueda aprender que existe otra forma de vivir —explicó—.
Casas que aprovechen el viento, espacios para talleres, centros de diseño… No sé.
Algo que no sea ni cárcel ni utopía de catálogo.
Mi hermana.
La niña que había dicho que quería ser diseñadora y que ahora trazaba, sin saberlo del todo, el mapa del mundo en el que yo quería que creciera sin mí.
—Es hermoso —dije, y no era una cortesía—.
Y… posible.
Ella me miró, midiendo la palabra.
—¿Posible como “lo voy a pelear en el Consejo”?
¿O posible como “sería lindo, pero no hay plata ni interés”?
Sonreí con cansancio.
—Posible; como “cuando sea posible te quiero en Aurora Bay para que se lo muestres a los míos”.
Sus ojos se suavizaron apenas.
Sabía que, aunque no habláramos de eso todos los días, la palabra irme ya era un huésped permanente entre nosotras.
—Pero sabes que eso no va a pasar pronto.
—Vi cómo su mirada dejó de verme y miró al suelo como si el hecho de irme significara que nunca más nos volveríamos a ver.
—¿Sabías que en Aurora Bay ya empezaron las obras de infraestructura para conectarse a la red de telecomunicaciones?
—dije acercándome a ella y la tomé de los brazos—.
Para presentar tus ideas no es necesario que estés allá presencialmente, al menos no al principio.
Levanto la cara, vi cómo las lágrimas empezaban a salir, tomó su tableta y extendió la mano; entendí su gesto, quería que yo tuviera sus planos; estaban allí, una versión compacta del proyecto.
—Lia, esto es tuyo, quiero que lo tengas tú.
Por si algún día… —No termine la frase.
¿Por si algún día no estoy?, o ¿por si algún día me voy?
o ¿si no vuelvo?
No quería terminar esa frase, no quería romper la promesa de estar allí para ellos.
La frase flotó igual, sin necesidad de sonido.
—Te prometo algo —dije—.
Pase lo que pase, este diseño no se va a quedar en una carpeta.
Me acerqué a ella y la abracé; quería que se sintiera segura; pasase lo que pasase, yo iba a estar ahí para ella.
Luego de un rato, de tenerla en mis brazos como si se tratase de una niña pequeña, unos pasos vinieron desde atrás.
No sé cuánto tiempo había estado ella atrás de nosotras observándonos, pero definitivamente Alexandra había visto gran parte de nuestra interacción.
—Esa maqueta es un grandioso trabajo, Lia, estoy orgullosa de ti y de lo talentosa que eres —dijo poniendo su mano en la espalda de Lia; me aparté un poco.
Y aunque usualmente buscaba el truco detrás de sus palabras, sabía que esas palabras eran todo lo que Lia necesitaba escuchar en ese momento, y aunque aún no podía confiar en Alexandra, sabía que para Lia, ella era la persona que más admiraba, alguien a quien quería hacer sentir digna de ser hija.
—Hablando del maravilloso trabajo que hace Lia —dije interrumpiendo el momento que tenían allí y acercándome a Alexandra—.
Mañana vamos a ir con el equipo de diseño y desarrollo a la zona sur de Villa Cristal.
Vi cómo la cara de Alexandra pasaba de enojo por la interrupción a confusión; en la casa no se hablaba de trabajo, era una de las reglas que había puesto después de aquella catastrófica noche después de la gala.
—Annie, cualquier incertidumbre que tengas de trabajo, podemos hablarlo mañana —dijo, para después ver a Lia ordenándole llamar a todos para que bajasen a cenar.
Dejé que Lia saliera de la habitación; sabía que lo que iba a decir después quizá la ilusionara para posteriormente romperle el corazón, así que sin ella allí, podría arriesgarme.
—Quiero llevar a Lia conmigo mañana.
—Vi cómo su ceño se fruncía; sabía que después de ese gesto seguía un no, así que no la dejé hablar—.
Ella tiene grandes ideas, puede ser de ayuda, incluso puede ayudarles a ustedes con los votos; solo piénsalo, dos Woods en los suburbios donde, para ser honestos, la infraestructura no es la mejor; que esté allá Lia, es como si ustedes estuvieran también.
Se quedó mirándome como si lo pensara; sabía que había entrado a su mente; últimamente me impresionaba lo fácil que podía llegar a ella.
—Voy a hablarlo con Arthur; si él está de acuerdo, puedes llevarla contigo —dijo recostando la mano en el sillón como si le faltara la energía para pelear.
La ayudé a sentarse; se veía pálida, enferma.
¿Será que mi instinto que me gritaba que algo estaba mal con ella está en lo correcto?
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