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Capítulo 380: El tipo de amor silencioso
—Espero que sepas —dije suavemente—, que haría lo mismo por ti.
Su mirada se cruzó con la mía, firme y brillante.
—Lo sé —dijo—. Esa es la parte más aterradora. He pasado tanto tiempo solo, que olvidé lo aterrador que es ser visto.
Extendió la mano, apartando un mechón de cabello detrás de mi oreja.
—Pero contigo —continuó—, quiero ser visto. Quiero que la gente lo sepa.
—¿Incluso si no lo aprueban?
—Especialmente entonces.
Cayó un silencio, pero era uno bueno, cargado de verdad, de nuevos comienzos.
—Voy a tener que volver a la capital pronto —dijo—. Habrá más reuniones. Más gente haciendo preguntas.
—Iré contigo.
—No tienes que hacerlo.
—Quiero —dije—. Si me quedo… quiero quedarme para todo. No solo para las partes seguras.
Se inclinó hacia adelante, su mano encontró la mía una vez más.
—Entonces iremos juntos —dijo.
Y así, el siguiente capítulo de nuestras vidas comenzó, aún lleno de incertidumbre, pero ya no oculto tras luces de fuego y tiempo prestado.
¡Absolutamente! Aquí está la continuación del Capítulo 376 desde la perspectiva de Lina, retomando sin problemas desde donde lo dejaste. Expande su estado emocional, sus reflexiones sobre Cole y Eve, su relación con Daniel y su tranquila fuerza al elegir no intervenir—todavía. El recuento de palabras es de aproximadamente 1200+.
Así que me quedé callada.
No fue fácil.
Cada vez que visitaba a Cole, quería sacudirlo. Gritar. Decirle que estaba siendo estúpido. Que Eve no había dejado de amarlo, solo tenía miedo. Que no había encontrado la paz —todavía la estaba buscando. Y tal vez, solo tal vez, esperaba que él la siguiera.
Pero él no lo hizo.
Y yo no lo presioné.
En cambio, seguí apareciendo. Con café. Con cena. Con silencio, sobre todo.
Cole no era el tipo de persona a la que puedes obligar a abrirse. Había sido así desde que éramos niños. Cuanto más intentabas entrar, más se encerraba en sí mismo. Pero si te sentabas a su lado el tiempo suficiente, si esperabas sin preguntar demasiado, a veces dejaba escapar algo.
Un pequeño suspiro. Una mirada distante. Un dolor silencioso, casi invisible, en sus ojos.
Esos eran los momentos a los que me aferraba.
Las grietas en su armadura.
Porque incluso cuando trataba de actuar como si no le importara, yo sabía que sí le importaba.
Lo veía en la forma en que miraba el nombre de Eve cuando aparecía en las noticias —solo un segundo demasiado largo. Lo veía en la forma en que evitaba pasar por el parque que solían visitar. Lo veía en la forma en que cambiaba la lista de reproducción en su auto porque cada canción le recordaba a ella.
Lo sabía. Y me rompía el corazón.
Pero también sabía algo más.
No puedes forzar la sanación. No en los demás. Ni siquiera cuando los amas.
Así que lo dejé estar.
Y en los espacios donde no sabía qué más hacer, vertí esa energía en construir mi propia paz.
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Daniel ayudó con eso.
No arreglándome —nunca lo intentó—. Pero simplemente estando ahí. Tomándome de la mano sin pedirme que explicara las partes de mí misma que aún no había descubierto. Haciéndome reír incluso cuando no tenía ganas. Dejándome llorar por Dylan, por Cole, por Eve —sin tratar de hacer desaparecer la tristeza.
Él no estaba intentando salvarme. Solo caminar a mi lado.
Y tal vez eso es lo que hizo que funcionara.
Porque no necesitaba un héroe.
Necesitaba algo sólido. Algo que no temblara cada vez que soplaba el viento.
Y Daniel… él era eso.
Me llamaba solo para ver si había comido. Me enviaba memes tontos cuando sabía que estaba teniendo un mal día. No llenaba mi mundo de fuegos artificiales, pero sí de luz. Y eso era más que suficiente.
No teníamos prisa. No estábamos tratando de marcar casillas o correr hacia algo. Nuestro amor se sentía como un amanecer tranquilo —lento, constante, cálido.
Y cuando le hablaba de Cole, no intentaba ofrecer optimismo falso o decirme lo que quería escuchar. Solo escuchaba.
—Él volverá cuando esté listo —dijo Daniel una noche, mientras estábamos sentados en su auto viendo las luces de la ciudad parpadear a través del parabrisas—. Algunas personas solo… necesitan más tiempo en la oscuridad antes de encontrar su camino de regreso.
Volteé mi rostro hacia él. —¿Y si no lo hace?
Daniel me miró con ese tipo de empatía silenciosa en la que era tan bueno. —Entonces igual estarás ahí.
Tenía razón.
Incluso si Cole nunca volvía a ser la versión de sí mismo que una vez conocí, aún estaría ahí. Porque eso es lo que haces cuando amas a alguien.
Esperas.
Mantienes la puerta abierta.
No apresuras la sanación. Solo te aseguras de que sepan que no están solos.
Aún así, había noches en las que me acostaba en la cama, mirando al techo, preguntándome si había hecho lo correcto al no intervenir. Si debería haber corrido hacia Eve, forzarla a hablar, cerrar la brecha yo misma.
Pero entonces recordaba lo frágiles que ambos eran.
Lo cansados.
Y me detenía.
Porque algunas heridas no están listas para ser cosidas todavía. Y si lo intentas demasiado pronto, podrías empeorar la cicatriz.
Así que mantuve el rumbo.
Dejé que el tiempo hiciera lo que hace el tiempo.
Y tal vez… solo tal vez… dejé que el amor hiciera lo que hace el amor también.
Es gracioso, de verdad.
De niña, solía pensar que el amor era ruidoso.
Que significaba grandes gestos, promesas a gritos, emociones salvajes.
Pero ahora sé que el amor —el amor real— es a menudo lo más silencioso en la habitación.
Es una taza de café dejada en el escritorio de tu hermano, incluso cuando no dice gracias. Es elegir no decir las palabras que te queman por decir porque sabes que el momento no es el adecuado. Es retroceder cuando cada célula de tu cuerpo quiere intervenir.
Es paciencia.
Y maldita sea, estoy aprendiendo paciencia más que nunca ahora.
Hubo una noche —solo hace unos días— cuando sorprendí a Cole mirando por la ventana a la nada durante mucho tiempo. No se dio cuenta de que lo estaba observando. Pero su expresión había cambiado. No estaba frunciendo el ceño. Solo… mirando. Como si finalmente se permitiera sentir algo de nuevo.
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