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Capítulo 388: De Paraíso a Permiso

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Me encogí de hombros, medio en broma. —Entonces, lo descubriremos de la manera más dramática posible. Probablemente durante una reunión de la junta.

—Tu padre literalmente morirá.

—Espero que solo metafóricamente.

Él besó mi frente y me dejé derretir en él de nuevo.

Por una vez en mi vida, el caos no me asustaba. Lo desconocido no era algo de lo que huir. Porque ya no estaba sola.

Él no era solo mi guardaespaldas.

Él era mi futuro.

Aunque mi padre intentara enterrarlo en arena, concreto o contratos legales, encontraríamos una manera.

Juntos.

Claro, puedo continuar tu historia con una ampliación de 1200 palabras, continuando desde el encuentro dramático con el padre de Lina, el regreso de la isla, y el inicio de un futuro frágil pero esperanzador con Dylan. Aquí vamos:

El viaje de regreso de la isla no fue tan silencioso como esperaba. Pensé que mi padre nos ignoraría, hirviendo en silencio, pero no: eligió los momentos más incómodos para rezongar entre dientes, lanzando miradas a Dylan como si estuviera a una mala palabra de arrojarlo del helicóptero.

—Todavía no lo entiendo —murmuró, ajustando el puño de su blazer como si lo hubiera ofendido personalmente—. ¿De todos los hombres del mundo, tuvo que ser él?

No respondí. Estaba demasiado ocupada apretando la mano de Dylan, dejando que su calidez me recordara que él estaba aquí: real, sólido y mío. Ya no solo mi guardaespaldas. No solo una llama prohibida. Sino el hombre que elegí.

Dylan permaneció en silencio, respetuoso, con la mandíbula apretada de esa manera que me indicaba que estaba preparándose para lo peor. Siempre hacía eso cuando se sentía fuera de lugar, como si no perteneciera a mi mundo. Lo odiaba.

—Podría haber huido —finalmente dije, inclinando la cabeza para mirar a mi padre—. Podríamos habernos desaparecido y nunca regresar. Pero no lo hicimos. Eso debería contar para algo.

Él suspiró pero no respondió.

Aterrizamos de nuevo en la ciudad después de lo que parecieron horas. El horizonte no había cambiado, pero yo sí. Todo se veía más frío, más estructurado. Un gran contraste con los amaneceres perezosos y las mañanas descalzas en la arena.

Cuando salimos al helipuerto, la mano de Dylan apretó la mía. —Estoy listo para lo que venga —dijo en voz baja.

—Lo sé —susurré—. Pero no voy a dejar que lo enfrentes solo.

De vuelta en la finca, nada había cambiado. Los mismos suelos de mármol blanco, las paredes frías, los retratos imponentes de mis antepasados. Pero mientras caminábamos por el pasillo, mi padre delante de nosotros como un general inspeccionando tropas, no podía evitar sentir que algo cambiaba.

—Tu habitación sigue ahí —dijo mi padre sin mirar atrás—. Te quedarás en ella.

Parpadeé. —No soy una niña, Papá.

—Para mí lo eres —se dio la vuelta, y aunque su tono era firme, no había malicia—. Y hasta que haya tenido tiempo para procesar qué demonios está pasando, te quedarás donde pueda verte.

Abrí la boca para discutir, pero Dylan me tocó suavemente el brazo. —Está bien —dijo—. Jugaremos según las reglas de tu padre. Por ahora.

Mi padre entrecerró los ojos hacia él. —No hables como si fueras parte de esta familia.

Dylan no dijo nada, solo asintió, los músculos de su mandíbula tensándose.

Nos mostraron nuestras habitaciones separadas, por supuesto, pero sabíamos cómo sortear eso. Esta casa tenía secretos que ambos conocíamos. Después de todo, Dylan solía ser mi guardaespaldas. Si había algo en lo que éramos buenos era en esquivar guardias, cámaras y la ira de mi padre.

Esa noche, me deslicé en su habitación como una sombra. Estaba sin camiseta, de espaldas a mí, mirando por la ventana.

—¿No puedes dormir? —pregunté.

Él se giró, con una suave sonrisa en el rostro. —Te estaba esperando.

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Caminé hacia él, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura y apoyando mi cabeza contra su espalda. «Esto se siente irreal. Como si estuviera rompiendo las reglas aunque ya no nos estemos escondiendo».

«Todavía lo estamos. De alguna manera». Se giró para mirarme. «Tu padre no me ha aceptado. Solo… pausó la guerra».

Lo miré. «Entonces ganemos la próxima batalla. Una a la vez».

Él me besó en la frente. «Te amo».

Sonreí. «Lo sé».

Los siguientes días fueron un torbellino. Mi padre me arrastró a reuniones, salas de juntas, llamadas nocturnas, todo bajo el pretexto de «deberes de sucesión de emergencia». Sospechaba que era mitad castigo, mitad distracción de mi relación con Dylan.

Pero seguí apareciendo. Vestida como la heredera que me crió. Hablando como la empresaria que me había entrenado para ser. Aun así, me aseguré de que Dylan nunca estuviera lejos.

Y eso irritaba a mi padre más que nada.

«Realmente me estás poniendo a prueba» —rezongó una tarde mientras salíamos de una llamada de conferencia—. Arrastrándolo como a un perro faldero».

«No es un perro, Papá».

«Entonces deja de actuar como si no pudieras caminar sin él».

«No voy a pretender que no existe. No más».

Se detuvo. «¿Y qué si se va? ¿Qué si te rompe el corazón o, peor aún, te arrastra a una de sus pesadillas llenas de guerra otra vez?»

Lo miré a los ojos. «Entonces lo enfrentaré con él. Eso es el amor».

Él bufó pero no discutió. Eso ya se sentía como una victoria.

Una semana después, tuvimos cena. No solo nosotros dos: Cole estaba de vuelta. Y también Eve, con un estómago demasiado plano para confirmar nada, pero sus ojos me dijeron suficiente. No se sentó al lado de Cole. Apenas habló.

«¿Dónde está el bebé?» —pregunté en voz baja.

Eve me miró, y por un segundo, vi dolor. «Frizkiel. Con Cole».

Mis ojos se dirigieron a mi hermano, quien masticaba su comida en silencio como si lo hubiera traicionado. Algo había salido mal. Tendría que indagar más tarde.

Pero antes de que pudiera decir otra palabra, mi padre aclaró su garganta. «Dejemos algo claro. Esta sigue siendo mi casa. Y tengo condiciones».

Todos dejaron de comer. Incluso el personal se detuvo.

«Lina» —dijo—, «puedes quedarte con tu chico. Pero él no tiene un asiento en esta mesa a menos que demuestre su valía».

Dylan, sentado a mi lado, no se inmutó.

«¿Qué quieres decir con ‘demostrar su valía’?» —pregunté.

«¿Quiere ser parte de esta familia? Entonces que empiece desde abajo. Que se gane un lugar. En la compañía. En esta casa. En tu futuro».

«Papá—»

«No estoy diciendo que no» —interrumpió—, «pero tampoco voy a entregarte como un regalo de cumpleaños».

Dylan lo miró directamente a los ojos. «Acepto».

«Bien» —dijo mi padre—. «Empiezas mañana».

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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