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Capítulo 709: Monstruo Enmascarado
A pesar de la máscara sin rasgos, Var’Zhul lo sabía.
Podía sentirlo.
Este hombre lo estaba pasando de puta madre a su costa y la de su gente.
El hombre enmascarado giró la cabeza hacia el capitán de los Leones, y solo dos palabras salieron de sus labios.
—Tu turno.
Los músculos de Var’Zhul se tensaron como un resorte, los instintos anulando el pensamiento. Sus poderosas piernas lo propulsaron hacia adelante, con su hoja agresivamente dentada lista para desgarrar la garganta del hombre.
Pero antes de que pudiera alcanzarlo, el hombre enmascarado se elevó.
Como un águila atrapando una corriente ascendente, se disparó hacia el cielo.
Var’Zhul aterrizó sin haber logrado poner un dedo sobre su objetivo mientras sus ojos afilados seguían la oscura figura ascendiendo hacia los cielos.
—¡¿Qué clase de monstruo es este?! —maldijo con un rugido poderoso—. ¡¿Tierra, fuego, y ahora el maldito viento?!
Sea como fuere, Var’Zhul no tenía el lujo de quedarse boquiabierto ante la amenaza aérea porque dos figuras plateadas borrosas se acercaban en sus monturas espectrales que tronaban a través del suelo manchado de sangre. Los bastardos hombres perros lo habían reconocido como el líder de la defensa y ahora buscaban su cabeza.
Que lo intenten.
Los músculos de Var’Zhul se tensaron, sus garras apretando alrededor de su gran espada dentada. El primer jinete se abalanzó hacia el cuello del comandante león.
Demasiado lento.
Con un gruñido animal, Var’Zhul se lanzó hacia adelante. Su hoja se encontró con la del hombre perro a mitad del golpe. La fuerza del choque envió ondas de choque a través del aire. Rápidamente quedó claro que los dos no eran un encuentro igualado: el jinete gruñó mientras el impacto lo hizo retroceder tambaleándose, pero el extraño escudo brillante alrededor de su cuerpo absorbió lo que debería haber sido un contragolpe destructor de huesos.
Los ojos dorados de Var’Zhul se estrecharon.
No parpadeó. No se debilitó. Este mago de tipo encantador era extraño.
Incluso cuando el hombre perro contraatacaba desde dentro de la barrera, su arma pasaba sin problemas. Sin restricción, sin resistencia. La magia no se rompía al usarla.
Otro jinete vino desde su punto ciego con un pesado golpe descendente de su arma buscando partir su cráneo.
Var’Zhul rugió y lo enfrentó de frente. Su hoja golpeó contra el ataque, desviando el golpe tan ferozmente que la muñeca del segundo hombre perro casi se dobló por la pura fuerza.
Luchaban como bestias encerradas en una lucha a muerte. Los hombres perros tenían la ventaja de la magia —una magia extraña y absurda—, pero él tenía la fuerza bruta de un señor de la guerra león.
Las hojas chocaron. Colmillos al descubierto. Saltaron chispas.
Los dos guerreros apretaron los dientes, la frustración filtrándose en sus movimientos. Incluso con sus escudos, incluso con sus monturas iluminadas por la luna, incluso con números superiores, no podían matarlo.
El problema no era la defensa. Era su ofensiva.
Var’Zhul era demasiado salvaje, demasiado feroz, demasiado abrumador para que ellos asestaran un golpe final. Desviaba sus ataques con precisión quirúrgica y contraatacaba con abandono feroz. Incluso cuando estaban protegidos por sus escudos, él todavía amenazaba con atravesarlos.
No podían permitirse quedarse.
Con un gruñido de frustración, los dos hombres perros retrocedieron, retirándonse hacia sus aliados.
Var’Zhul no persiguió, porque sus instintos le gritaban que dirigiera su mirada a otro lugar. Algo estaba sucediendo. Un tipo diferente de gritos llenaba Colmillo de Brasa.
Pánico. Terror.
Giró la cabeza hacia la fuente, y lo que vio hizo que se le cortara la respiración.
El enmascarado estaba de nuevo en acción, ignorando completamente lo que Var’Zhul sabía sobre el combate y la guerra. Era como si no le importaran en absoluto la lógica del mundo, viviendo libremente mientras todos ellos estaban restringidos por sus reglas y leyes.
En lugar de arruinar el día de Var’Zhul cavando bajo su ciudad, ahora elegía hacerlo dominando los cielos.
En lo alto sobre Colmillo de Brasa, el hombre enmascarado volaba como un halcón armado con artefactos legendarios, su trayectoria suave y eficiente. Agua —no fuego, no tierra, no viento, sino agua— desgarraba el aire en disparos precisos y presurizados.
Cada disparo encontraba su marca.
Sin movimientos desperdiciados. Sin mana desperdiciado.
Los Leones caían uno por uno, sus armaduras perforadas, sus armas abandonadas. No importaba si eran soldados preparados para la batalla o ciudadanos huyendo aterrorizados. El enmascarado cazaba todo lo que se movía y parecía un León.
De vez en cuando, el extraño sable negro del monstruo enmascarado, envuelto en inquietantes llamas azules, se alzaba de su espalda, como poseído por una voluntad invisible, y se ajustaba en su mano expectante. Pero en lugar de matar a sus enemigos, el hombre usaba la hoja para algo que Var’Zhul ni siquiera podía comprender adecuadamente.
Todo lo que veía era que cada vez que hacía eso, algo extraño sucedía.
Var’Zhul no podía oír ningún cántico, no podía sentir ninguna invocación, pero cada vez que sacaba el sable, el aire alrededor de los caídos parecía estremecerse. Jirones de algo intangible —oscuro, brillante, casi líquido en la forma en que se retorcían y curvaban— se desprendían de los cadáveres. Serpenteaban por el aire, atraídos irresistiblemente hacia el enmascarado, hundiéndose en la hoja como agua absorbida por tierra seca.
No era magia. No como nada que Var’Zhul hubiera visto antes.
Tampoco era mana.
Era algo más profundo, más fundamental. Algo vital estaba siendo robado de los muertos antes de que sus cuerpos siquiera tuvieran la oportunidad de enfriarse.
Las garras de Var’Zhul se clavaron en sus palmas.
Había luchado en innumerables batallas, había visto guerreros consumir la sangre de sus enemigos para obtener fuerza, había visto a nigromantes reanimar cadáveres para servirles, pero ¿esto? Esto era diferente.
El enmascarado no estaba levantando a los muertos. No estaba consumiendo carne ni bebiendo sangre.
Los estaba cosechando.
Era como si no solo estuviera matando, sino alimentándose.
Y cuando poderosas javelinas eran lanzadas al aire con gran precisión y velocidad, él simplemente se retorcía en el cielo, esquivando como un maldito wyvern adulto con siglos de dura experiencia, zigzagueando entre proyectiles como si ya conociera sus trayectorias antes de que fueran disparados.
Era una masacre. Una carnicería. Los cincuenta o más atacantes estaban arruinando su ciudad, liderados por las hazañas sobrenaturales del hombre vestido de negro.
Las garras de Var’Zhul se clavaron en sus palmas.
—¡¿Qué demonios es esa cosa?! —rugió una vez más, incapaz de aceptar la realidad misma.
Las calles de Colmillo de Brasa se llenaron de gritos de guerra, gritos agónicos y choque de acero contra acero. La sangre corría espesa, empapando la tierra bajo los cascos y botas que pisoteaban. Pero el cielo… El cielo pertenecía al monstruo enmascarado y sus aliados que volaban en sus caballos alados.
Sin embargo, por fin, las órdenes anteriores de Var’Zhul habían surtido efecto. Guerreros Leones irrumpieron en el campo de batalla, montados en trolls blindados y otras bestias de guerra que encontraron en las perreras a las que los infiltrados hombres perros no habían llegado.
Algunos se apresuraron a someter a las criaturas liberadas que causaban estragos por la ciudad con sus látigos chasqueando ruidosamente, mientras otros se abalanzaban sobre las dos docenas de infiltrados hombres perros que se habían atrevido a liberar a sus preciadas bestias de guerra.
Y entonces, el aire mismo se convirtió en una zona de guerra.
Docenas de jinetes de wyvern tomaron los cielos. Las javelinas llovían hacia arriba contra los enemigos mientras las unidades terrestres y aéreas se apresuraban para arrebatar el control de los cielos al monstruo y sus aliados que los habían humillado.
Por fin, Colmillo de Brasa logró reunir sus fuerzas adecuadamente para contraatacar. Los enemigos eran impresionantes, pero al final del día, la ventaja numérica era demasiado grande para superarla, a pesar de sus tácticas llamativas.
Sin embargo, el monstruo enmascarado no vaciló.
Cesó sus implacables ataques de proyectiles presurizados de agua antes de que su cuerpo se detuviera. Su mirada enmascarada recorrió el campo de batalla como si buscara algo. Luego, en un movimiento demasiado fluido para ser otra cosa que deliberado, se lanzó en picado. No hacia sus enemigos, sino hacia sus propios aliados.
Un movimiento de su muñeca.
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